Condesa, ¿recuerdas
antaños días dorados,
cuando el sutil amor de Carlos
parecía no tener fin,
tan delicado te era su encanto?
La corte, que se mostró indiferente,
al principio apretaba sus dientes
en desaprobación, pero luego cedió,
aunque con sus puños cerrados.
¿Qué fue de monsieur Debussy,
cuyas armonías y preludios adornaban
las suaves veladas de mayo,
bajo los almendros en flor?
¿Dónde
reposa ahora monsieur Renoir,
que te pintaba a menudo, junto a una
cortina de seda, rodeada de ninfas
y faunos danzantes?
Condesa,
esos días se han desvanecido:
Han transcurrido siglos,
y marzo ha despedido al invierno
gélido
en un suspiro, y
tu parafernalia anticuada,
fuente de diversión o sorpresa,
se ha esfumado, pero sí, ¡seamos
sinceros!
Como un minué olvidado.
Condesa, ¿qué queda
de aquellos días dorados
en que Carlos te amaba,
que no cesaban,
como por un sutil encanto?
