Cuando encaminas tu mirada a lugares concurridos, plaza de alguna ciudad cosmopolita, atractivo turístico en boga, centros comerciales o la clásica calle peatonal de visita obligada, siempre resulta interesante tomar un buen café o descanso en un sitio estratégico donde te conviertas en franco observador.
¡Cuánta riqueza de caracteres, fisonomías, constituciones, estilos, desfilan frente a uno!
Cada cual con su caminar característico impelido por su configuración esquelética, edad, hábito y morfología.
Por sobre eso, se dejan entrever trazos de personalidad, carga mental y emocional, prejuicios, egolatrías.
Caminantes tímidos, adustos, arrogantes, seguros, felices, preocupados. Zancadas largas o cortas denotando premura, pereza o dinamismo. Pasos en agonía o llenos de vitalidad. Ceños que muestran duras peleas internas. Delicadeza, desparpajo de quienes no han derramado sudor alguno por las prendas que los atavían y el alimento que llega a su mesa.
Dentro de ese universo visual, de vez en cuando te atrapa el atractivo de un físico hermoso, atlético, equilibrado, pulido, portentos apolíneos, estereotipos de moda.
Si así como escaneamos de un vistazo a las personas apreciando la belleza externa, delgadez, estatura, color, contrahechos o perfectos, pudiéramos en un barrido ver la complexión del pensamiento que acompaña a cada uno. Más aún, que el pensamiento fuese un aroma o una musiquilla que arrastramos tras de sí.
¿Cuánta discrepancia encontraríamos en quienes circulan frente a nosotros. Algunos obesos de mediocridad, vanidad mórbida, discapacitados de arte, lisiados de bondad, mutilados de sensibilidad?
¿Cuántos hermosos pensamientos, robustos, aromáticos, con melodías suaves como dentro de una capilla, plenos de vitalidad artística, ágiles, diestros?
Desde este parapeto, aventuro apuntes para un futuro ensayo y catálogo de antagonismos de complexiones en las personas.
Después de largo rato, me sumo a la muchedumbre dubitativo, tratando de desjorobarme algunos dolores, de calmar tremenda boruca de pensamientos en el craneo, de perfumarme viciosos ciclos mentales con algunos poemas.
Por si acaso, voy alerta calle abajo. Huidizo examino cafés y bancas cercanas para cuidarme de algún franco observador que con penetrante mirada descubra que llevo cojeando mi amor y los recuerdos tullidos, rebotando las ideas como latas tras carro de novios. Que traigo una complexión interna anémica y desnudeces que dan pena.