Clamor de la bestia herida

Nadie comprende la hondura de mi herida,
la ira que arrasa en mi pecho desbocado.
Soy un autómata, marchito, desgastado,
sin alma, sin pulso, sin tregua concedida.

El único instante en que mi ser respira
es cuando la furia, fiera, me devora,
y, como bestia suelta, me implora
galopar sin freno, desgarrar la mentira.

Nadie agradece, el egoísmo rige el suelo,
nadie indaga si mis entrañas arden,
pues suponen que en su abismo hallan consuelo
mayor al que mi alma, rota, comparte.

Yo también me fatigo, me quiebro, claudico;
quiero gritar, romper, mandar todo al garete,
que tiemblen, que prueben el rigor de este dolor
que en mi pecho encierra su abyecto suplicio.

Parece que al errar, el mundo se me niega,
como si solo el acierto me fuera ley divina,
como si una sombra de error quebrara la hiedra de cuanto bien ofrecí, sin que el juicio amaine.

Pues si tanto mi ser disgusta, ¡huye!,
ve, busca otros campos, otros astros ajenos.
¿Te darán ellos el calor con el que te acogí
cuando llegabas hecha hielo y veneno?

Corre, caballo salvaje, indómito y huraño,
busca otro establo que soporte tu zancada,
otro pastor que entienda tu tormenta callada,
que aguante, si lo hallas, tu eterno desengaño.

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Percibo en este poema que tu verbo es un laberinto de furia contenida, como si en cada verso desafiaras al destino.

Letras en las que vas revelando un dolor tan eterno como indomable.

Excelente poesía poeta.

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