De pronto la ciudad es tu cuerpo
una avenida sin olas
la marea aturdida
salpicando las costas invisibles
que se extienden paralelas al insomnio.
De pronto una canción desata la tormenta
y el frío nos calienta
hasta congelarnos de memorias.
Incapaces de retroceder
de rodillas frente a esa ciudad
que has sido para mí
a pesar del tiempo y sus ruinas inminentes.
Todo comienza con un beso
incluso mucho antes,
cuando dijimos
había una vez un par de bestias,
que se atrevieron a mirarse
bajo la luna cómplice,
que luego les negó el encanto
de la luz sin fuego.
Todo es relativo menos lo nuestro,
el sudor que alguna vez fue el océano
en el que navegamos sin rumbo,
estatuas de sal
resignadas a salpicarnos,
con lo inexplicable.
De pronto la ciudad es tu cuerpo
y se vuelve imposible entender
que alguna vez fuimos jungla y silencio.