Solo hallo descanso en ti. Ando fatigado, me duelen hasta los huesos. Solo hallo descanso en ti cuando te contemplo en la cruz, y tu madre, la Santísima Virgen María, me consuela: con sus lágrimas seca mis lágrimas, sana todas mis heridas.
Descanso en tu costado, donde brota mi alimento: tu misericordia, la bienaventuranza, la vida eterna.
He buscado fuera de ti tantas cosas y solo me he sentido, a la intemperie, sin abrigo, sin esperanza, desamparado; errante fugitivo de la vida, con un cuerpo prestado, pero sin alma ni concierto.
Ahora que me encuentro, me puedo ver en ti, Jesús, y me siento arropado, mi vacío se cubre contigo. En tu infinita misericordia, poseo tu cuerpo, mi alma se engrandece, recupero la paz y el sosiego. Vuelvo a abrir los ojos, hay esperanza, concierto en este morir contigo en la Cruz junto a María, tu dulcísima madre. Ella baja al pozo, de allí saca las lágrimas. Tiene la forma de la Hostia sagrada, la lágrima pide el perdón y la gracia.
Yo te quiero, Jesús, y estoy aquí contigo junto a tu madre. La herida es insondable, como el abismo que todavía me separa de ti. Yo quisiera fundirme contigo cuando en la eucaristía levantas el Cáliz, la Hostia, y juntas el cielo y la tierra.
Mírame Jesús, que perezco,
se agotan mis días terrenales;
polvo que regresa al polvo,
ansío consagrarme a ti:
partirme con tus manos
mientras partes el pan.
No sé quién vive, cómo vivir sin ti.
Como un mendigo, sediento de amor,
te suplico, Jesús, llévame contigo.
No amado, todavía no.
No sé, qué digo. Pero es tanta la distancia.
Ahora oigo el rumor: el remanso de paz,
como un arroyo que brota de tu costado.
Ahora sí alcanzo a ver tus pies fatigados,
por mis heridas clavados, por mis pecados.
Ahora digo: perdóname amado por serte infiel.
Ahora renuncio a mí, renuncio al cansancio;
me postro de rodillas, antes de que celebres,
humildemente, te pido perdón; espero el pan,
con renovada esperanza a ti me entrego.
Otro día más, un poco más muerto a mí,
los ojos más abiertos, los oídos afinados.
Vuelvo a nacer por tu humanidad sacramentada, Jesús,
recibo algo de tu divinidad y parece que no hay abismo:
la luz ilumina la presencia sutil, completamente espiritual.
Aquí cesa todo, me dejo ir, a ti me abandono.
Todavía sujeto a la carne, muero por ti, amado:
guardo en el corazón la rosa de siete espinas
que me entrega tu madre, la santísima virgen.