Al rozar la medianoche
apareció como caído del cielo
aquella hermosa criaturita
de cuerpo rechoncho
y de corazón de oro.
En su carita de ángel
llevaba pintados
los rasgos de la mía,
la naricita achatada
y los labios encarnados.
Cómo se puede querer
tanto a alguien recién llegado
a quien nunca había visto,
sin balbucear palabras
que me dijeran algo.
Dudé de si era mío
o venía prestado
pero se esfumaron las dudas
cuando me miró de frente
pidiendo un soplo de cariño.
Difícil era no darle mi alma
a aquel retoño de ojitos azules,
de piel transparente y rosada
que llegaba a mi vida
como una llamarada.
Imposible no prometerle
amor para siempre,
sintiendo sus manitas de seda
aferrarse suavemente a las mías
para nunca separarse de ellas.
A mi hijo Alejandro, en su feliz cumpleaños