Camilo

Camilo era una de esas personas que andaba por la vida sin armadura. Era confiado, abierto y como él decía con un lado femenino muy desarrollado.
Su forma de tocar los timbales era como sus ojos celestes: transparente, intensa y emotiva.
En el camerino se comportaba como los jugadores en el vestuario antes de un partido: le gustaba hacer piña. Se abría y contaba situaciones tan íntimas que al concluir la historia la coletilla siempre era la misma: “bueno esto que no salga de aquí. Las cosas de camerino se quedan en el camerino”
De tantas veces que lo había dicho todos hacían coro con él al finalizar cada anécdota.
Aquel día no iba a ser diferente. Aprovechó que había dos mujeres esa noche para dar rienda suelta a sus inquietudes:
-Verán yo tengo un lado femenino muy desarrollado y a veces me pregunto qué seré. Te miro a ti Negro, refiriéndose al cantante, y me pregunto si me gustaría besarte pero luego me doy cuenta de que no.

Todos le miraban muy atentos esperando a ver por dónde saldría esta vez

-El caso es que tuve una novia y bueno ya sabéis uno quiere probar cosas nuevas y entre juego y juego decidimos probar mi “puerta de atrás”. De pronto yo sentí su falange y me quedé duro.
La forma de contarlo, tan cómica y natural, hizo que todos soltasen una carcajada. Era fácil visualizarlo de aquella guisa.
-Os juro, interrumpió las risas, que era solo la falange, pero yo pensé que era algo más grande.
Pero el caso es que me gustó.
¿Será que tengo que probar con alguno de vosotros?
Dijo mirando muy serio al resto de la banda.
Los demás al unísono entre risas repitieron el estribillo anecdotario.
-Lo que sucede en el camerino se que queda en el camerino

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