Sangre derramada se desliza suavemente
y huye buscando el portón de salida
del estrecho y salvaje pasillo pantanoso
que oculta cada rostro en la urbanidad;
engendrador de la amarga oscuridad
que crece por los poros de su piel.
Cueva de lobos demacrados,
el hambre perpetua los estremece,
y casa de mendigos desterrados de las nubes;
reinado escondido del instinto carnal,
dagas oxidadas y limosnas robadas
vuelan por sus cielos oscuros
y caen, tristes, ante cualquier acechante.
Cadáveres perfuman paredes rasgadas
y un frío ardiente recorre las venas
de los desorientados que abundan solitarios
ante las manos engañosas de las calles invisibles.
Cuando la luna de luces cristalinas se adentra
en aquellas laderas cortantes y sombrías,
donde todo lo humano deja de ser humano,
una nebulosidad se la traga,
el lodo le agarra sus pies luminosos,
y la devora, triturándola entre fugaces placeres.
Finalmente, enmarca en sus paredes
el trofeo de un alma desgarrada,
como muestra voraz de su sádico desdén,
y se hará servidora distinguida de sus intereses eternos.
El callejón nocturno es una puerta que conduce
hacia la absorción del propio corazón
para entregarse a las querencias
de un abismo oscuro como el hombre mismo.
