La muchacha, la India, yace sobre la cama desnuda, improvisada de tejidos y suaves ramas.
La muchacha tupí vestida bajo el color de su piel casi desnuda llora… a la vez, que en medio de leves e imperceptibles susurros, canta.
La redondez y lo torneado de su cuerpo resulta a nuestros Ojos inexplicable… algo está turbado en ella, tanto de temeridad como de fragante belleza, algo nos perturba al verla.
Sus senos libres y carnosos, sus pezones oscuros y erectos inyectan la vista de quien se le acerca, tanto, que desearía furioso lamerlos, chupar.
Comerlos con ganas, desaforado, con desesperación, como se come con hambre un trozo de pan.
Beberlos como una sabrosa chicha, un vaso y, por qué no, otro más…
Saborearnos, penetrar su cuerpo, hacerme néctar dentro de su caudal.
Pregunto, más no responde, sólo solloza y canta como si su cantar estuviese poblado de espectros, de neblinas.
Ella insinúa estar enferma, que un espíritu por las noches la visita, que como una alimaña la acecha y, de tanto en tanto, se aprovecha y la toma canal por la espalda y de rodillas.
Sumida casi en sueños, en una especie de nublamiento animal, existencial, no llega a nombrarlo, pero sabemos desde nuestras vísceras de quien se trata, de quien está hablando…
Le teme.
Se queda quieta, un tanto abrumada, hasta que luego de una larga permanencia a su lado acariciando su cabellera me dispara, dice y al decir: concreta.
Ella: El espíritu me visita, me piensa… o yo lo llamo, pensándolo, temiéndole, no he podido establecer diferencia…
El chamán: ten cuidado en ese punto, si un espectro te piensa o si tú lo piensas inconmensurable, simplemente ¡es!
Véncelo o déjate cautivar, vencer.
Durante sus apariciones… ¿ladras, muerdes, o simplemente, te dejas morder?
Canta, muchacha nublada, ¡canta! No desesperes, no temas…
Al temor se lo enfrenta en su concreción, cantando. Haciendo que todo tiemble, haciendo del caer, del morir, algo estable en la pura inestabilidad del mundo.
