Me permito subir una breve reseña del poeta asturiano José García Nieto que por la relevancia y calidad de su obra creo que es oportuno citarlo en el espacio de Ágora
José García Nieto (Oviedo, 6 de julio de 1914 - Madrid, 27 de febrero de 2001). Escritor español.
Comienza los estudios de Ciencias Exactas, que deja para dedicarse al periodismo en Madrid. Allí se instala en 1929 y contacta con el círculo literario del Café Gijón.
Poeta garcilasista, funda y dirige la revista poética Garcilaso y, junto a Pedro Lorenzo, capitanea el grupo literario Juventud creadora. Asimismo, dirige las revistas Acanto, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Poesía Española y Mundo hispánico, del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Recién concluida la Guerra Civil española y al poco de salir de la cárcel, José García Nieto publica su primer libro de poemas, Vísperas hacia ti, al que siguen más de una treintena de obras. Entre ellas destacan Versos de un huésped de Luisa Esteban (1940-1944), Tú y yo sobre la tierra (1944), Del campo y soledad (1946), *Daño y buen año del hombre (*1950) y Sonetos para mi hija (1953). Posteriormente publica Memoria y compromisos (1966), Facultad de volver (1970), Sonetos y revelaciones de Madrid (1976), Piedra y cielo de Roma (1984) y Galiana (1986), entre otras obras.
A lo largo de su dilatada carrera ha obtenido numerosos premios, como el Fastenrath de la Real Academia Española de la Lengua (1955), el Nacional de Literatura (1957), el Premio Ciudad de Barcelona (1961) o el González Ruano de Periodismo (1987).
Nombrado presidente del Círculo de Bellas Artes en 1982, ese mismo año es elegido académico de la Real Española de la Lengua, en la que ingresa en 1983. Es también nombrado miembro de número del Instituto de Estudios Madrileños y socio de mérito del Ateneo de Madrid. En 1996 obtiene el Premio Cervantes de Literatura, máximo galardón de las letras españolas.
(Fuente: Instituto Cervantes)
Cinco Poemas de José García Nieto
Alta de amor
Para las altas cumbres, alta vida.
Alta de amor. Voz alta. Alto sendero
—sierpe de fe y de luz—. Albor primero
para las altas nubes de tu huida.
Alta de brisas altas. Confundida
con el latir más alto. Alto crucero
por altas costas. Alto mastelero
para altas velas, altas de partida.
Alta de ti, ya fiebre de mis pulsos,
ofreces en tus brazos la balanza
que iguale en el cenit nuestros impulsos.
Y al alcanzar tu imagen su infinito
hay un temor a que se clave en lanza
y una ambición de que culmine en grito.
Barro de la palabra
Hoy he tomado el barro de la palabra en frío;
su piel ya me conoce; poco a poco, temblada
por mi caricia, vibra, responde a la llamada
de la costumbre. Toco. Me adueño de lo mío.
Penetro en la palabra. Las orillas del río
me acogen, me conducen, y se siente creada
la mano creadora… ¿Vive la enamorada
mi amor, o me amenazan su ocaso y su extravío…?
¡Qué torpe es el amante, qué ciega su porfía!
No dice la palabra lo que ayer le decía.
O sí: dice lo mismo, miente lo mismo, inventa
lo mismo… «¡Calla, calla…!», le increpa. Y luego llora
su soledad. Y vuelve. Y, arrastrándose, implora:
«Quiero morir tocando tu barro, aunque me mienta».
En la distancia
Perlora, en la distancia, recordarte
es dar al sueño una verdad lejana;
es como oír de nuevo la campana
de aquel mar que florece al golpearte.
Qué fábula, qué magia pudo darte
entre el verdor la gracia ciudadana:
una distinta luz cada ventana,
una lanza el maíz por cualquier parte?
Te pienso aquí y te sé en la tierra mía.
Era una vez… Y nadie me creía.
Pero yo te he tenido, y he tocado
tu piel que bajo el cielo se serena:
aquí, Carranques, dos labios de arena,
allí, Candás, como un navío anclado.
Ir y venir de todas las memorias
Ir y venir de todas las memorias
que el alma, olvidadiza, desenreda;
verse hombre solo, antiguo y solo, errante;
ver que todos los tiempos están cerca.
De un golpe, como hermosos corazones,
yacen los capiteles en la hierba
y encuentran hecha luz como un milagro
la flor silvestre de la primavera.
Se hace el acanto vegetal y tierno;
el hombre lo acaricia y algo tiembla
debajo de su mano; le parece
que un cuerpo estremecido se despierta.
¿Puede latir la sangre por los pulsos
ante la soledad de esta belleza
cuando todo se para en un intento
de detener la dicha verdadera?
Llueve un poco, tímidamente llueve;
brilla el mármol, el árbol de la piedra;
por un instante sólo, esta columna
alcanza con sus hojas las estrellas,
Que están, que van a estar, que acaso miran,
que mirarán desde su noche eterna
el desamparo de los que caminan
sin amor por la sombra de la tierra.
Joven para la muerte
Arrojado a tu luz madrugadora,
me muero niño y soy todo un deseo
de varón en continuo jubileo
hacia tu corazón de ruiseñora.
De trino escalador junto a la aurora
eres, y voy a ti, y hay un torneo
donde la algarabía del gorjeo
triunfa de mí y en mí se condecora.
Arrancados de un sueño o de una fuente,
por tu espada los límites del nardo
me mintieron temprana primavera.
Y estoy ahora por ti tempranamente,
como nadie, de amor herido, y tardo
en morirme de amor como cualquiera.