No es la luz de ese pálido boceto
lo que atrae de su idílica distancia,
belleza que la pintura escancia,
dulce y plácida, sino el incierto eco.
Ternura encubierta, página leída,
sorbida con fruición por mi mirada;
imagina mi mente alucinada
la sangre que brota de la herida.
El exotismo que Lhasa retrotrae,
nieve que adorna el techo del Potala,
Tíbet donde el yeti despeñado cae
llevándose al mundo de lo onírico
el secreto que busca aquel que escala,
en el Oriente, el Himalaya mítico.
( Garabatos)