Te veo sonreír y recuerdo
que esta máquina está torcida.
Yo, estoy hecha de letras quebradas
y un llanto que recorre las cavernas
donde escondes toda la luz que abrazas.
Un sentir descalzo sobre el tejado,
cantarte y tocarte siempre fue el aullido
del visceral instinto de nacer del silencio
de un beso ingrávido, pero certero.
Siempre orbitarás las ruinas
de mis raíces inconclusas,
enredadas, cabelleras de medusa
en profundidades etéreas.
No importa el ángulo
tú iluminas la savia
que nutre el verdor de mis latidos.
Una fresca cadencia rítmica y un discurso interpuesto con gracia sobre las metáforas, que no hacen otra cosa que pedir lectura y atención, mientras conquistan el centro de el corazón —aplaudirlo es un placer emocionado—