Barba cansada

Una barba cansada —de los mares el lobo—
su sirena acusaba de hacer vida de robo.
Robó al turco, al francés… y creyó indiferente
del pendón el color, mientras su oro robaba…
Lo nombraba señor y lo hacía valiente
el dorado toisón que la espalda cifraba,
¡pobre barba cansada, de los mares el lobo!

Si no fuera tan bella, no viviera cual vivo…
—Se decía, riendo—. Y a ser menos lascivo,
y a ser menos salvaje, no vivieras así…
—Pensativa su Ofelia, para sí se decía—.
¡Si no fuera tan bella…! ¿Qué sería de mí?
No sería tan yo, y a no ser… ni sería;
¡pobre barba cansada, de los mares cautivo!

Sin domar desbravado, por su propio delirio,
a su lirio y sirena disfrazaba el martirio:
¿qué sería la carne sin un trago de ron…?
¿Qué otro tanto la mar, sin el cierzo a favor?
¿Oh, y qué más esa entraña que dirán corazón
sin un soplo de vida o pellizco de amor?
¡Pobre barba cansada, por tus mares delirio!

A su amor daba un beso con el alma encendida,
daba un beso a su amor… ¡y en su beso, la vida…!
Como todas, de roble; y él, fatal pantomima,
¡oh, faunesa y sirena! —Mascarón que se hundía—.
Era al fondo el pirata… y el tricornio en la cima…
¡Oh, era tanto su amor…! Tanto ya… que moría,
¡pobre barba cansada, por amores perdida!

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