¡Me siento tan agusto y tan triste, Tarumba,
viendo caer el agua desde quién sabe,
sobre tantos y tanto !
Ayúdame a mirar sin llorar,
Ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón…
¡Ayúdame, Tarumba, a no morirme,
a que el viento no desate mis hojas
ni me arranque de esta tierra alegre!
Tarumba, Jaime Sabines
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Ayúdame a exprimir este palpitante trapo viejo
retuércele las lágrimas
siémbralas en los surcos del tiempo
para que nazcan milpas y viñedos.
¿Qué opacidades son esas?
Tarumba, préstame los lentes de tu sonrisa.
Quiero ver salpicar la algarabía de la llovizna
cuando se le enchina la piel al mar
al reencontrarse con el cielo que gotea.
¿Será que la lluvia viene revuelta con llantos Tarumba, que entristece verla?
¿Será que trae diluidas despedidas, muertes, suspiros?
Quiero enredar a tu desnudez viejas canciones
para que mi lengua te reconozca,
sorber antídotos de la copa que eres
para calmar a lapsos
esa puta mordedura recurrente que arde en la ingle,
que jode cada que deseo mujer.
Cuándo haya que morir Tarumba, ayúdame,
dándome por ataúd un verano
para llevar olor a tierra mojada de las primeras lluvias.
Ciérrame los ojos devolviéndome en la frente el primero
-el mas tierno y sincero-
beso de madre.
Tarumba, amotíname abrazos
nubes en el horizonte que soy
quiero ser lejanía para las miradas
enredadera florecida en casas abandonadas
ser la alegría de todos los olvidos
quiero limpiar la sangre de todas las guerras
con este trapo palpitante.
¡Ay Tarumba,
si supieras como duele tanta cosa no nacida,
el granero apolillándose en el pecho!
Ayúdame a no ser tumba ambulante
ayúdame a ser párrafo de poesía en el libro de la vida.