Ayer le escribí a Ana.
Bustos como cimas, su rostro pálido, pómulos cuadrados, seguros de sí mismos.
Ella,
la figura de una mujer, al lado de mi cuerpo de niña.
Ayer,
le escribí a Ana,
por primera vez en dieciséis años.
Recordé,
que jugaba con hebras de su pelo negro, formando circulos, mientras su risa sarcastica navegaba mi cuarto.
Recordé,
que siempre usaba tenis con cualquier camiseta, y aun asi, podia llamar la atencion del sexo opuesto.
Ella,
usaba palabras que deslizaban de su boca, de manera intrépida, describiendo osadías que había experimentado en Europa, órganos que había colocado dentro de sus dedos, labios, que había besado desnuda, sobre un colchón, en algún rincón, donde no debía estar.
Yo,
escuchaba con una curiosidad intensa, mientras pretendía comprender todos los adjetivos y detalles de sus historias, pretendía, que no sentia temor absoluto del sexo opuesto, y que sin embriagarme, no podia estar en los brazos de nadie, ni mucho menos, desnudarme.
Ana,
su cuerpo de mujer, al lado de mi cuerpo de mi niña.
Ayer, le escribí, porque pensé,
que quizás dentro de su cuerpo también había existido una niña, que había madurado muy pronto, había tenido mucho más que contar, y sin embargo,
yo
había fallado, porque aun no sabia que preguntar.
Le escribí, porque en algún momento, sus labios también rozaron los míos, en algún rincón, donde no nunca debíamos estar, y quizás tuve miedo, pero no lo demostré, porque no quería ser niña,
quería ser Ana,
tener bustos como cimas, y pómulos seguros de sí mismos.
Escribí, pensando en nosotros,
y pregunte,
¿Por qué lloras,
Ana?
(pintura de August Macke)