Te das cuenta de que no tienes nada
que la vida es una ruleta y que el poder no está en tus manos, sino en tu interior.
No eres más que un pedazo de cielo
un pedazo de carne y huesos.
Y te vas alejando de la risa y entras a la nada, estás hecha trizas.
Sus labios tenían sabor a vino tinto
y su mirada era como estar en el olvido.
En ese olvido de arena y sal
en esas manos arrugadas y secas
que se rompen al tratar de tomarlas.
Sus abrazos son el veneno del día
la gloria de mis anhelos
y los olvidos de esos malos días,
en esos días en que las lágrimas son tu única compañía.
Me diste la mano cuando caía al vacío
abrazaste mi agonía mientras yacía en el fondo de la nada.
Todo arde… todo arde… mi cuerpo se hace cenizas.
Tenía tanto miedo. Miedo al cambio, al ser olvidada… al no ver tu mirada más allá del cielo.
Pero no estaba sola, estaba conmigo en todo mal momento. Mientras la avalancha me hacía pedazos, siempre fui yo. Yo era el muro, el contenedor. La ira y la furia de esa avalancha de heridas, de emociones que me querían aplastar; pero… me tuve paciencia, estaba llena de fuerzas.
Estaba contigo contagiada de amor. Pero
sufría, sufría mucho y me sentí sola. Me senté al filo de la luna. El cielo estaba caliente y los meteoritos caían en dirección a esa casa donde habíamos escrito una historia, a una casa donde ya no queda nada. Donde el amor escaseaba.
Hermoso cierre le das a tu escrito, poeta!!!Un gusto leerte.
“Estaba contigo contagiada de amor. Pero
sufría, sufría mucho y me sentí sola. Me senté al filo de la luna. El cielo estaba caliente y los meteoritos caían en dirección a esa casa donde habíamos escrito una historia, a una casa donde ya no queda nada. Donde el amor escaseaba.”