Aurora fue el catalizador de mi pubertad. Entre los patios de nuestras casas, unidos por un puente de piedras pasa un arroyo, de buen caudal, con cauce de fondo y paredes de cemento y chorreras artificiales. En el de ella, dos sauces llorones dan sombra al columpio donde lee entusiasmada un libro. En el mío, dos framboyanes donde sujeto la hamaca en que extasiado la contemplo. Me siento en un edén. El trinar de decenas de pájaros lo complementan.
Se mudaron hace una semana. Es hermosa y aparenta quince o dieciséis años, quizàs más. Para hacer amistad, quise llamar su atención haciendo maromas en el puente, dando vueltas de carnero y mirándola de reojo para ver si se fijaba en mi, y lo hizo; le provoqué risa, pero burlona, al notar mi inocente ingenuidad. Por señas me llamó y fui hasta ella nervioso y apenado, cosa que no dejó de observar, pero sin darle importancia para no abochornarme.
—Soy Aurora. ¿Y tú, cómo te llamas? —preguntó con una sonrisa que dio brillo a sus ojos…
—Ramón —dije con labios apretados.
—Ra-mon-cito…, nombre bonito ¿Cuántos años tienes?
—Doce.
—¡Ya eres todo un hombrecito! ¿No tienes novia? —le escuché sonreír maliciosa.
—No sé…, sí. En la escuela… —Respondí entrecortado y me fui corriendo.
¡Qué estúpido fui!, no debí mentirle. Metí la pata, porque ahora no querrá ser novia mía… Na, mañana le digo la verdad.
Esa noche, apenas dormí. Soñé con ella. Al amanecer estuve atento hasta verla salir y sentarse en el columpio. Fui hasta allí y la saludé orgulloso:
—Hola, Aurorita —y agregué—.Es mentira, yo no tengo novia todavía.
— ¿Me lo dices porque quieres ser mi novio…? —dijo con picara entonación.
—Sí. Anoche soñé contigo. Que éramos novios—. Respondí envalentonado.
—Ven, déjame verte el cuello —con mi cabeza en sus manos, me tocó debajo de la barbilla y prosiguió:
—.Te está saliendo la nuez de Adán…
—¿Y eso que es?
—Que te estás convirtiendo en hombre. —Me hizo sentir importante. Tocándolos, apretó mis músculos y maliciosa aseguró que en unas semanas, se transformaría mi voz…; que el “niño” se pondría grande y gordo y le saldrían vellos alrededor.
—¿Qué niño? —le pregunté
Ella lo palpó…
Haciéndome jurar que no se lo diría a nadie, me enseño todo lo que se podía hacer con él…
Y ella disfrutaba más que yo al hacerlo…: Lo escondía en su niña… y lo hacía aparecer… Y así, cada sábado y domingo…
¡Tenía razón…! Creció.