Aquellas letras,
que te felicitaban,
hoy las recuerdo.
Tenían nombre,
pequeño y singular,
era el “mil doce”.
Fue hace un tiempo,
de sueños y utopías,
en la distancia.
Hoy, el invierno,
avanza con su manto
hasta mi encuentro.
Vivo en otoño
y pienso en primaveras
ya marchitadas.
Atrás quedaron
los días y las horas
que compartimos.
Y las palabras,
con ratos de silencio
siguen latiendo.
Y es que la sangre
se excita por mis venas
cuando te nombro.
Te quise entonces,
te quiero todavía
y tú lo sabes.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/12/24