Aquel fin de semana

Recuerdo aquel fin de semana:
Salimos pronto con el coche, el camino no era largo, pero queríamos aprovechar antes de que el día se nos echara encima.
Mientras ella conducía escuchábamos música entre algún cigarro, con mi mano siempre en su pelo y ella con su sonrisa siempre en la cara. Llevaba una flor posada sobre su oreja.
Al llegar nos recibió el otoño con un sol que calentaba el bosque y recordaba preparar la chimenea.
Antes de llegar a la casa había un largo camino de tierra. Era como una alegoría a nuestro amor, largo en el tiempo pero estrecho en relevancia.
La casa era grande, demasiado para los dos, no tenía importancia porque no saldríamos casi ni del comedor aunque eso aún no lo sabíamos.
Descargamos el coche, pusimos un CD de blues, hicimos el amor.
Preparamos la comida y comimos en el porche, entre la sombra de los árboles y el canto de las aves, dejando que se acercara plácidamente la noche.
Con el café del medio día nos dimos un rato. Ella aprovechó para leer y yo me puse a hacer meditaciones en simbiosis con el entorno.
Llego el frío y nos cobijamos, nos sentamos en el sofá después de haber encendido la chimenea y estuvimos hablando. Nada con mucho entusiasmo, hablábamos de todo, lo mejor era escucharnos y mirarnos. Nunca tuve conversaciones tan sinceras y cómodas.
Perdidos en la conversación nos encontraron las estrellas ya algo más cansados y somnolientos. Cenamos y nos comimos otra vez de postre.
Subimos al cuarto, uno de tantos, nos besamos y estuvimos un rato abrazados, luego cada uno se acurrucó en su lado de la cama.
Salió el Sol y nos despertó.
No bajábamos las persianas casi nunca, nos gustaba que nos mirara la Luna y que se colaran los resquicios de la mañana entre las cortinas de la ventana.
Estuvimos en la cama un rato, tal vez una hora, nos habíamos despertado pronto y allí no había mucho que hacer.
Bajamos al comedor, básicamente donde se encontraba la vida, ella preparaba el desayuno mientras yo adecentaba el porche. Almorzamos al sol un café con tostadas entre risas a medio hacer y miradas con legañas, era casi un ritual.
Después de que a la pereza se la llevara el viento nos quitamos el pijama y nos vestimos.
Aún era pronto para comenzar a hacer la comida así que dimos una vuelta por el terreno de la casa. Ella me explico sus proyectos, quería hacer un huerto y varios bancales, podía notar cómo era una flor más del bosque.
Antes de comer recogimos, con música por supuesto, nunca faltaba.
Comimos cualquier cosa, ya que teníamos que volver y la tarde se veía próxima.
Lo dejamos todo como estaba, la casa y nuestro amor. Cargamos el coche y bajamos por el camino de tierra.
Antes de dejar aquel lugar se despidió de nosotros un majestuoso búho que andaba posado en un tendido eléctrico, voló a nuestro lado y desapareció entre las copas de los árboles.
Creo que con toda seguridad sabia que después de aquel fin de semana todo se acabaría.

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Que bonito, descriptivo y romántico relato caminando hacia su triste final, poeta!!!

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La vida te depara muchas sorpresas…
Buen relato, compañero. Saludos!

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Muchísimas gracias Minada! Es el primer relato que escribo y encantadísimo de que te haya gustado. :smiling_face_with_three_hearts:

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Muchas gracias Maria! Totalmente de acuerdo, la vida siempre trae sorpresas, algunas amargas otras dulces pero al fin y al cabo todo es experiencia adquirida. :blush: :hugs:

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Guau, el búho, tremendo final!! :heart:!

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Sabiduría, conocimiento y soledad… El búho no se equivocó. :hugs: :black_heart:

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Así lo siento yo también. Me alegro que te guste Rebeca! :pray: :blush:

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