Antonio Hidalgo

El pueblo se aploma en un tiempo narcotizado y perro. Antonio Hidalgo camina. Es un minuto más del mediodía, solo uno más, y el sol empieza con sus imprevistos, a joderle la paciencia.

Antonio Hidalgo no va mover ni un guijarro de la calzada, pisará lo imprescindible, de aquí a la taberna. Quiere una cerveza, es lo único que quiere en esta vida. Antonio Hidalgo no olvida que es un cobarde y que las cruces que marcan su tumba están puestas. Pero ahora pide una cerveza al muchacho que limpia el mostrador.

Su vida es un derrumbe y la anda de noche. Todo fue bien, como en un sueño, hasta que lo aciago le sorprendió. Toma tranquilo su cerveza fría, que es lo que más le gusta. Porque a él, como a todos, la muerte lo hallará en su sitió.

La malandanza de Antonio Hidalgo ha transgredido sus posibilidades. Ya nadie calla su historia. Se sabe descubierto. No se avergüenza de lo que hizo, si, de que se sepa. solo fue blando consigo, a los demás le reservó las mezquindades.

Entra por la puerta la mano que lo aparte de su jarra, de un trago la apura, y en la boca le queda sabor a sangre, no se engaña, de su tiempo está desencantado, y aunque Antonio Hidalgo hace años que abandonó el campo del pesimismo, solo lamenta que el instante de la jarra ha terminado.

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Muy bueno el relato, amigo José Antonio. Hay muchos José Antonio, algunos contritos, pero cuando para eso ya es muy tarde.
Me gustó.
Abrazos

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Feliz de que te guste. Un abrazo amigo.

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Vaya historia la de este Antonio Hidalgo. Un prototipo de tantas historias que abundan en la humanidad, aquí y allá.

Si te leo bien, me parece que en el núcleo de este poema está la resignación y la amargura de una persona que ha cometido un crimen y que vive en el desprecio y el aislamiento de su pueblo.

Me impacta el contraste entre el tiempo narcotizado y perro del pueblo y el tiempo desencantado y aciago del protagonista. Con ello pareces mostrar la diferencia entre la apatía colectiva y la culpa individual.

Una cerveza fría, único placer y consuelo del protagonista. Y así tantos seres humanos promedio tenemos solo pequeñas cosas de nuestra rutina en la que hallamos consuelo en medio del caos de la vida moderna. Y tal consuelo, se ve interrumpido por la mano que lo aparta de su jarra, quizás la justicia o la venganza que lo reclama.

El sabor a sangre en la boca, un recordatorio perenne del crimen que se cometió y que no se puede borrar ni olvidar, una condena que atormenta continuamente.

Genial relato, excelentemente hilado.

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Bueno…lo mejor que nos puede ocurrir cuando se escribe es tener buenos lectores, evidentemente yo lo tengo, y a las pruebas me remito. Muchas gracias por tu atenta lectura y rico comentario. Un fuerte abrazo.

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