Yo soy más de los que se suben a una estrella a contemplar el horizonte del universo.
La otra vez, ya siendo bien viejito, encontré en mi desván un costal arrugado y raído; lo desarrugué lo más que pude, lo puse en la orilla de la entrada del agujero negro; el que está en el centro de la Vía Láctea; con calma y cuidado lo coloqué y me senté sobre él. Me persigné (y eso que ni soy católico); y asido fuertemente de sus orillas, me dejé deslizar hacia dentro.
No sé cuanto duró el viaje. Recuerdo que en la trayectoría, vi pasar todas las vidas posibles que pude haber vivido. En una, me casé con mi primera novia, tuvimos tres hijos, fuimos felices, morí de un infarto a los ochenta y nueve años; ah, como dolió el bandido infarto; como mano invisible que te estruja el corazón sin clemencia alguna. En otra, nunca me casé, tuve todas las amantes que quise, no tuve hijos; no estoy seguro, pero parece, que de otra forma, también fui feliz; morí a los sesenta y nueve años, luego de quedarme dormido la última noche, un paro respiratorio dijo el médico; la verdad, ni lo sentí. En unas vidas fui groseramente millonario, infeliz en casi todas ellas; parece que en las que fui feliz, ayudé mucho a los pobres. En otras vidas fui un aventurero, disfruté de las artes y todas las pequeñas cosas de la vida; vi los mejores amaneceres, contemplé a detalle incontables atardeceres; disfruté de las primaveras; todos los otoños fueron espectaculares, en los inviernos ni siquiera sentía tanto frío, tibios rayos de sol me acariciaron tantos veranos; morí muy en paz, casi en todas ellas; también fui feliz.
Cuando el viaje terminó, intensos rayos de luz, enceguecedores, se me clavaban como estalactitas en los párpados de mis ojos; pues, cerré los ojos, obviamente. Creo que me desmayé por su intensidad destellante. Al despertar, estaba en la sala de un hospital; a mi izquierda estaba una bebé, con sus mejillas muy redonditas y rosaditas, bien dormidita; a la derecha un bebé, con sus ojos grandes y rendondos, observándome fijamente, bostezó. En el medio, estaba yo; no tardé mucho en descubrir que no podía hablar; todas las palabras que había sabido, se desdibujaban de mi mente; todos los recuerdos, de todas las vidas vividas, se borraban. Era un bebé, a punto de conocer a mis padres; comenzar todo de nuevo, otra vez.
La otra vez, estaba tomándome un café bien caliente, en el lado oscuro de la luna; que es un lugar muy frío por cierto. De pronto, vi venir un cometa a una velocidad alucinante; de la emoción, lancé la taza hasta el otro hemisferio de la luna, el lado brillante; se rompió en siete pedazos. Como pude, di un salto cuántico y me encaramé en el cometa. Después de algunas docenas de vueltas en su trayectoría elíptica, me empecé a aburrir. Busqué en su superficie en rincones y hendiduras algo para entretenerme. Encontré su manual de instrucciones; luego de ojearlo un poco, aquí y allá; descubrí como hacerlo cambiar de trayectoría y velocidad. Emocionado, me fui al panel de control; presioné el botón rojo y el azul, el verde y el morado había que presionarlos al mismo tiempo; moví una que otra palanca, y listo; nos fuimos rumbo a la galaxia vecina de Andrómeda, casi a velocidad luz. Fui a conocer sus soles más brillantes, sus mejores lunas y los planetas más excitantes; y pasé a saludar a uno que otro cometa que deambulaba por esos rumbos.
Después de unos cuantos años luz, empecé a extrañar mi hogar, decidí regresar a casa; enfilé rumbo al desierto del Sahara y me fui a tomar unas piñas coladas a un oasis muy popular.
La otra vez, encaramado en mi estrella favorita, contemplando el horizonte del universo; me asaltaron las dudas, así, a mano armada y todo. ¿Y si hay otro ser, parecido a mí; al otro extremo del universo, encaramado en otra estrella similar; haciéndose preguntas semejantes a las mías? Las preguntas aparecían y aparecían, como palomitas de maiz explotando en la olla de mi cabeza. Y luego de tantas preguntas sin respuesta, descubrí la pregunta primordial, la central; o quizás, la que envuelve a todas las demás. ¿Y si no me estoy haciendo las preguntas correctas?
Tengo una curiosidad de años luz de longitud. Quiero observar y descubrir los secretos que yacen en todos los confines del universo; sin embargo, tengo apenas un telescopio viejo y destartalado; de lentes fabricados con córneas de murciélago miope; opacos, sucios y rotos.
Yo soy más de los que se suben a una estrella a contemplar el horizonte del universo.
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Poesía de Alejandro Cárdenas
Reminiscencias poéticas Marzo-2017prosa poética