Quería ser proverbio
sin preñez de soles,
sin magullar la brasa,
sin cicatrizar el
yelmo.
Quería no dejar marcas
en el palo, cabo arrepentido
de los azotes a un justo,
al respaldo, de una lágrima
incivilizada.
Quería poner sus dedos
en la llaga, entregarle
la propiedad de su sueño
desértico, arremetido, y luz.
Cuando la tierra sucia,
oscura descendió a los
túneles llenos de musgo,
quejidos en eco, de un valor
que retrocede.
Quería tocar su espalda,
masacrar su angustia,
palidecer aquel dolor,
ornamentado y desnudo,
escondido de un orgullo
ancestral.
Concedió a sus quejidos voz,
a su voz, palabras; y esas
mismas, se vistieron de alivio
y paz, de lejanía y olvido;
él le construyó el retorno a casa.
Sin ser miserable,
misericordia en luz,
vuelve.
Paz que no contesta,
al sol que a guitarras reprende;
violines lloran;
madrugada que duerme.
(Al valor de la vida, en todas sus variedades, a la solidaridad, el altruismo, y a la empatía; al riesgo de defender la verdad, el valor y la justicia verdadera; a quien dispone -si es preciso- su propia vida o su confort, por defender y ayudar la ajena).