¿Por qué negarte, soledad,
si tú vives en mi destino?
Eres el amigo más fiel que tengo:
vives en mi casa, en mis plantas,
en las cuerdas de mi guitarra,
en cada puerta que cierro y que abro,
en cada sorbo y cucharada,
en cada sed y cada satisfacción,
en cada viento y en cada lluvia,
en cada hombro y cada tez.
Ni al morir escaparía de ti.
Vives vagando hasta en mis células
y ¿qué más puedo yo sino aceptarte?
Quizás tú estás en mí,
quizás yo soy como tú
o tú eres yo,
pero en ese caso ¡hasta yo mismo me abandono!
Ay, soledad, no sé quién o qué seas,
solo sé que estarás conmigo
incluso en el momento en que infinidades de gusanos
me amarren a mordidas en las estrechas paredes de mi ataúd.
(Poema escrito en mitad de una fiesta en presencia de este mismo amigo caprichoso.)