Amando la noche en el arrullo, me la he pasado últimamente. No la noche bulliciosa de los amaneceres estruendosos, musicales o fríos, sino la noche tenue, dulce como el arrullo de momentos en calma; la que trae sonidos de cálidos recuerdos a los que me abandono. Amando la noche, he viajado en retiros eternos, añorando un deseo lejano que se parece al rostro de esos seres amados. Sombra de insectos en hilera que van a parar a las luminarias encendidas
y que parecen tragarse los frutos que caen por el paso de tiempo.
Amando la noche, he escrito mis últimos poemas, con la paz y la calma suficiente, como si esperara a que un ser superior se me aparezca para mirar mis días; porque, aunque no lo quiera, en una noche de estas en las que me sumerjo, terminaré abrazada a mi propio… silencio.