Yo siempre he sido en aras de hipotéticos y no de categóricos germanos.
Para mí Dios ha sido siempre niebla, del hombre la infantil autoconciencia.
Y he creído que nada existe salvo este demiurgo humano en complacencia,
y el apéndice que ara y que moldea cual barro santo con sus propias manos.
Para mí el otro es solo un largo infierno y son todos conmigo mis hermanos
si tienen roja sangre y corazón a la izquierda… y se embeben de arte y ciencia.
Yo siempre he valorado la «anaideia» del loco más que su civil decencia,
y he sido el derrotista y el romántico, y un hijo de Cartago entre romanos.
Yo no sé que es la vida sin placer ni qué placer existe sin virtud…
yo no sé una virtud mayor que amor. Ni un amor más hermoso que el que duele.
Por qué me ha de importar si el mundo es sueño… si en el sueño es verdad el ataúd.
Yo he creído el espíritu y dialéctica, en mi Heráclito en llanto y senectud,
y he reído la vida con Demócrito… Y una sola razón a ser me impele:
«yo solo sé que todo ha de llevar un arcano indecible, un quieto alud».