Nunca sabre la razón,
el motivo
por el comienzo de la decadencia
vertiginosa de su sonrisa,
sin ninguna medida de protección
ante las infecciones que pueden provocar
las heridas mal curadas
en un corazón anémico.
Porque perdimos tanto el tiempo
Porque nunca abrimos las cartas
escritas con tanto reproche velado,
sutil,
disimulado con una fugaz ironía
que bien podía pasar por indiferencia.
Fueron años atroces,
espesos,
cubiertos de sudor
y de ignominia,
de recelo mal disimulado,
de hogueras sitiando las bibliotecas,
de temor y de deseo.
Años gloriosos
con algún mes más esperpéntico que el otro
hay que reconocerlo,
pero que dejaron huella en cada espacio-tiempo.