África.
Días lejanos.
Un arroyo canta,
un trino se alza,
y el sol
acaricia la tierra.
Cobijados,
serenos,
dos Australopithecus,
absortos
sin palabras,
sin nombre,
pero con alma.
Contemplan.
No saben,
no hablan,
pero en sus ojos
tiembla la belleza.
Y la naturaleza
les escribe
la primera poesía.