Moraban ruiseñores, perlas grises,
enramadas de esmeraldas de los bosques.
Risas eran las músicas del agua,
con las risas que dan los manantiales.
Entre los árboles, los verdes setos,
los ramos de jacintos y azucenas,
era dorado el sol, luminoso y puro.
El aire, con aromas de las flores,
jaspe transfigurado y cristalino.
Como lo sueñan las primaveras alegres.
Mi leve cuerpo, crisol adolescente,
ardía sueños de primaveras fogosas.
No eran suficientes las aguas frescas,
ni los aires puros o el ruiseñor,
o los aromas de las flores.
Soñando creaba, con miedo vigilante,
mundos limpios de florestas suaves,
riachuelos y jardines alegres;
para que dios, contento paseara,
disfrutándolos sin tiempo,
dejándome a mí, gozar del destino
de entretener los quiebros de caderas.
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