Fue un adiós perseguido,
su cara de muñeca dolorida
no se reflejará en mi espejo
y sus pociones no ocuparan espacio
en mis armarios vacíos.
Fue un adiós consensuado,
mientras la cocina se ahogaba
y las virutas de tabaco
se alejaban con lágrimas en los ojos.
Fue el adiós más duro,
prolongado por el temor
a que en sus manos,
los callos de la desilusión
me produjeran heridas.
Fue un adiós silencioso,
como una gota horadando a una roca,
como un designio,
como una sucesión de ocasos.
Fue un adiós comprometido,
sincero,
mientras aullaba la lavadora,
y nosotros tan solo
ansiábamos recuperar el sueño.