Mi pueblo está a orillas del mar y las olas rompen contra las rocas y levantan nubes de espuma altas como una ballena puesta de pie y tiene un puerto marítimo donde los barcos cargan y descargan y los pescadores llegan con sus capturas para venderlas en la lonja. Por la tarde, a la salida del colegio, voy en bici y recorro toda la costa, de punta a punta y ¡brrrum, brrrum! una motocicleta pasa a mi lado; «¡mira por dónde vas, casi me pillas!», le grito y ¡ra-ta-tá!, ¡ra-ta-tá!, y ¡ja-ja-ja! me río, porque el coche que baja por la colina de camino al puerto suena como si su motor fuera una ametralladora; ¡plas, plas! le aplaudo y al soltar el manillar casi me caigo de la bicicleta pero consigo mantener el equilibrio, ¡menudo equilibrista soy yo! De todas formas me he tenido que detener en la cuneta y miro al suelo y… ¡aj!, ¡puaj!, he pisado una cagarruta ¡aj, qué asco! y froto el pie en la hierba del borde de la carreta una y otra vez y en eso… ¡auuu! se oye el aullido de un lobo a lo lejos; debe ser en el monte, allá en lo alto, y ¡beee!, ¡beee!, ¡beee!, balan las ovejas del viejo Pascual, el pastor; ya es la tercera vez que sucede. Me monto en la bici y pedaleo con fuerza y en el puente que pasa por encima del río que da al mar hay un chico y una chica, chuic muá, besándose y cuando paso a su lado le doy un ligero empujón al chico ¡jo, jo, jo! y me rio; «¡cómo te pille te doy!», me grita el chico pero yo sigo pedaleando ¡je, je, je! y me sigo riendo, es que es mi hermano mayor, ¿sabes?, por eso me rio tanto, me gusta hacerle rabiar cuando está con su novia; entonces ¡uuuuh, uuuuh! ¡niinoo, niinoo! me sorprende un camión de bomberos que pasa veloz no sé a dónde, pero debe ser al monte; allí la semana pasada hubo un incendio aunque no fue muy grande y lo apagaron pronto; ahora debe ser algo parecido, a lo mejor es otro incendio, no sé, pero sigo pedaleando, y llego donde la calle hace curva y alcanza el borde del acantilado en el mar y me detengo y miro a lo lejos donde las olas parecen saludarme y tiro dos piedras al agua y miro cómo van cayendo hasta ¡catapumba! ¡pumba! chocar contra el mar ¡paf! ¡zas! y ¡glu, glu, glu! se forman burbujas de agua mientras las piedras se hunden y ya no se ven. Miro el reloj, se me hace tarde; he quedado en la playa de la cala con mis amigos Jaime y Ainoha y su perro Sultán, un setter irlandés muy inteligente de brillante pelo rojizo. La cala está apartada tras el pequeño monte de la ermita y suele estar siempre vacía pues es de difícil acceso y sólo se llega a ella bajando una empinada pendiente y por el mar, claro está; hemos quedado allí porque hay huellas de dinosaurio, sí, de dinosaurio; al parecer algunos pisaron el suelo de entonces, que debía estar blando, y se quedaron grabadas sus huellas, por eso nos gusta ir allí y nos imaginamos que hay dinosaurios de verdad y hacemos que somos exploradores y eso. Así que me monto de nuevo en la bici y me dirijo a la cala y al girar una curva me topo con un par de vacas que hacen sonar ¡tolón, tolón! sus cencerros al andar y ¡muuu, muuu! las vacas mugen y tengo que hacer un brusco giro para no chocar contra ellas y en eso ¡piiii!, ¡piiii! suena el claxon de una camioneta que viene de frente; «¡eh, cuidado chaval!» me grita el conductor y me libro por los pelos de besar el suelo, como se suele decir. Cuando llego a la cala ya están allí Jaime y Ainoha y bajamos hasta la playa y mientras jugamos a ser exploradores y buscamos dinosaurios y eso ¡guau, guau! Sultán comienza a ladrar muy fuerte en un rincón de la playa y vamos los tres corriendo y encontramos bajo unos matorrales unos bidones llenos de gasolina y otros cacharros que no sabemos para qué sirven. «Llama a la poli, Alex», me dice Ainoha y llamo con mi móvil y se lo cuento todo y nos dicen que no toquemos nada que en seguida viene una patrulla a ver lo que es y le respondo que de acuerdo y mientras esperamos Sultán corre y ¡chap, chap! ¡chop, chop! chapotea en la orilla del mar persiguiendo una gaviota que revolotea por ahí y en eso Jaime ¡achís! estornuda y ahuyenta al pájaro y Sultán ¡guau, guau! ladra y corre tras ella y nos reímos y corremos también nosotros y en eso llega un coche de la policía con dos agentes y les enseñamos los bidones y los demás cacharros y les preguntamos qué son y nos responden que puede que sea lo que utilizaron la semana pasada para provocar el incendio del monte y los policías se los lleva a la comisaría y ¡talán, talán!, ¡tolón, tolón!, ¡tan, tan!, suenan las campanas de la ermita, allá en el altozano, y ahora ¡din don!, ¡dindon!, ¡din, dondan!, ¡dindon, dan!, ¡tilín, tilín!, ¡tintín, tintín! repiquetean; debe ser para anunciar la misa de las ocho, ¡cómo pasa el tiempo!, como estamos en verano anochece tan tarde que cuando te das cuenta ya es casi la hora de cenar y ¡pío, pío, pío! cantan los pájaros y hasta un ¡quiquiriquí! desde no sé dónde parece querer llamar la atención. «Nos vemos luego, ¿vale?, en la playa», porque esta noche hay fuegos artificiales, y me despido de mis amigos y de Sultán y me monto en la bici y llego a casa y ¡miau, miau! mi gato me saluda al verme y le respondo «hola, Misifú» y escucho su rrr rrr rrr como si me echara en cara: «ya era hora de que volvieras, ¿no?», porque yo soy el encargado en casa de darle la comida y ya se estaba impacientando un poco; sí, Misifú es un poco impaciente con su comida; así que se la preparo y mientras él come escucho bla, bla, bla, bla una conversación ininteligible procedente del salón y me acerco y veo a mi padre exclamar «¡qué sabrá ese idiota del mar!» y le preguntó a mamá qué pasa y ella me responde que «nada, ya sabes cómo se pone tu padre cuando ve las noticias en la tele» y papá continúa hablando solo ante la tele: «¡esos de la ciudad, claro, se meten en su bañera y ya creen saber todo de los problemas que sufrimos los pescadores y lo que hay que hacer para resolver nuestros problemas y cómo cuidar el mar y lo que debemos pescar y lo que no» y me acerco a la puerta del salón y le digo «hola, papá» pero él sigue concentrado en la tele y no se da cuenta así que meto los bocatas en mi mochila y le digo «mamá, he quedado con Jaime y Ainoha en la playa para ver los fuegos artificiales, ¿vale?, volveré cuando terminen» y le doy un beso y mi madre me dice: «tu padre y yo los veremos desde aquí y no te quedes mucho tiempo después de que terminen que mañana tienes que madrugar» y le digo que sí y me voy a la playa y cerca de las doce la playa está llena de gente y entonces ¡tururú! ¡tararí! suena una corneta y la gente grita alborozada y suena un ¡buuum! y varios ¡tric! ¡tris! ¡tric! ¡tris! y en el cielo se ven fuegos de muchos colores y todos reímos asombrados y ¡chas! ¡zas! suenan chasquidos que iluminan la noche y en el cielo aparecen palmeras y esferas de colores y los cohetes suben y ¡pum! explotan ¡bang! ¡pam, pam! y la noche se llena de color y cuando todo termina ya son casi la una y me despido de mis amigos y regreso a casa y mis padres aún están despiertos; «hola papá, ¿ya te has calmado?» y él me sonríe y me guiña un ojo y mi madre me da un beso, «buenas noches, cariño», me dice, «debes estar muy cansado, ¿verdad?», pero yo le respondo que no y llega mi hermano y al verme me da un coscorrón y «no me vuelvas a empujar cuando esté con Clara», me dice, y se mete en su cuarto y yo me lavo los dientes y entro en mi habitación y rezo mis oraciones y me meto en la cama, «no estoy cansado, mamá», me digo, y cierro los ojos y antes de que me dé cuenta me quedo dormid… zzz, zzz, zzz.
Luis J. Goróstegui