Aquel hombre encorvado
parece que busca con la mirada
a la tierra del vado
que pisa. Madrugada
amarilla con la frente rosada.
Se cayeron los pelos
del almendro y los dientes del nogal
que ahora son riachuelos
de hojas sin funeral;
tal vez lo que el hombre intenta encontrar.
Porta un manto de tiempo
y bastón de verdad que avienta el paso
hacia sitios inciertos
donde vive el ocaso,
donde, sin mal, envejece el Parnaso.
Lentamente su barba
se hiela, y su piel se vuelve corteza;
con una mano escarba
la tierra que cosecha
y con la otra arranca el fruto que espera.
No morirá del todo,
pues cuando descanse su pasear
y despida su abono
de muerte y de humedad,
su aliento volverá a germinar.