Las obras del convento se alargan y pasa el tiempo gruñendo controlándolas desde la ventana. Clotilde amonesta tanta obsesión y mal humor. Pero él sigue ahí, sin moverse; maldiciendo el traslado de sus adoradas inquilinas al ala oeste del edificio; lugar inexpugnable al que no tenía acceso. El cabreo sustituyó a la nostalgia recordando sus devaneos en el claustro a la luz de la luna. Debería buscar cualquier resquicio para colarse dentro evitando a la madre abadesa, que se la tenía jurada con caparlo si volvía a verle por ahí.
“¡Incomprensible! Sus castos votos jamás deberían coartar nuestros idilios gatunos.”
Un relato irónico y sensual, donde la pasión y la nostalgia parecen entrelazarse en un claustro de secretos y prohibiciones.
Me parece interesante como la ironía de la “castidad” conventual se ve desafiada por la libertad de los deseos, en un diálogo entre la razón y la pasión.
Un relato que encierra mucho humor con la manera desenfadada con que lo escribes…
A fin de cuentas, todos somos humanos y echamos una canita al aire…
Besicos, Gali!