“Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente…”
(Fernando Pessoa)
Se pone a llover…
llueve, detrás de los cristales.
Los naranjos se lavan
el polvo mustio de estos días
acerbos, cenicientos.
Se pone a llover…
en una lluvia lenta
que parece que llora
nuestros miedos incrustados
en un cielo de plomo.
Se pone a llover…
y la lluvia rotunda
arrastra telarañas
que prontas, se instalaron
en mis ojos de tierra.
Se pone a llover…
y los bosques sedientos
de la calle abandonada
se lo cuentan al viento
y no se callan su infortunio.
Se pone a llover…
en la infinita tarde,
son lágrimas de crepúsculo
que caen sobre los ojos
de los tejados ciegos.
Se pone a llover…
Intensamente llueve
y arrastra el barro
acumulado en los deseos
de los pájaros celestes
con las alas mojadas.
Se pone a llover…
despacio… en un susurro
y se calman los ríos,
las turbulentas aguas
que naufragan en un paisaje
ajeno, solitario y vacío.
Se pone a llover…
y luego aclara poco a poco
en transparencias delicadas
de un cielo que nos miente
en azules engañosos.
Se pone a llover…
lejanas gotas de silencios.
Y las ausencias se asoman
en ese espacio muerto
que queda entre la lluvia.
Se pone a llover…
sobre este tiempo extraño.
Aún, no hay indicios en el aire,
las nubes plomizas
no parecen batirse en retirada.
Es abril… y calladamente llueve
sobre las flores de mi patio.
Foto: Purgin_Alexandr/Pixabay