Y no es de morir el terciopelo
que ondula desatado
entre azotes carmesí,
la puerta que abre y cierra y llamea
a síncopas de tambor.
No es de morir la intensidad
con la que arrasa una ola,
ni el suero de espuma que entumece
hasta el más diamantino
de los cordones de mar.
No es de morir el ancla
que se arrastra desde el torso,
y que a su paso va como bosquejando
los revestidos élitros zaffre
de los ya olvidados serafines.
¡Y no es de morir!, no es de morir
lo que te incendia los párpados,
lo que te desnuda y te exhibe el talón
cubierto de claveles:
así se eternizó Aquiles,
así se desencadenó.