El verso de sillón,
con el pijamas peludito,
las pantuflas calzadas,
el té con limón,
la tele sin volumen,
las tostadas con miel…
El lápiz que no para de girar
entre los dedos,
la inspiración no llega.
Se levanta,
camina por la sala,
se acerca a la ventana,
mira al cielo, a la calle,
no se le ocurre nada
se rasca la cabeza,
se prepara otro té.
El verso de sillón
vive en la duda,
escribe,
tacha,
borra,
vuelve a escribir,
nada lo colma.
No da con la palabra,
se aburre,
lo abandona,
al otro día regresa
y todo se repite.
A veces
se le da por recordar
aquellos días,
en que ser poeta
era andar por los caminos,
con las piernas
repletas de poesía,
buscando princesas en el viento,
desbordando cuadernos con su tinta.
El poeta es un canal,
un instrumento,
vocero de las musas,
viviendo la poesía
a flor de piel.
Un torrente de versos
que bajan hasta el lápiz
y se derraman frescos,
intactos, inspirados
y colman el papel.
Hoy escribe sus poemas
bastante más pensados,
anda contando sílabas,
buscando la palabra,
analiza estructuras.
Pero son versos de sillón
los que hoy escribe,
le falta inspiración,
y se le nota.