La luz de un cuarto
una vela cohibida,
arrastrada por el frío vulgar,
apaciguada por el olor a sushi.
La luz de un rincón
un sol de carne,
sostenido por momentos,
olvidado durante el día,
llega a rodar por los suelos,
dejando el ataúd como nuevo.
Luz, siempre fueron los míos:
los acordes que se quebraban,
que se deshacían de a poco en el vacío.
Luz, siempre fueron las sombras:
las conversaciones atascadas
que rebotan imparables,
que agrietan las paredes;
las terminarán por deshacer.
Veo este cuarto
y no veo más que polvo;
polvo que toma forma,
a voluntad me hace la cama,
por cortesía abriga el adoquín,
por naturaleza me cierra los ojos,
a escondidas me ha de bañar.
El polvo es visible,
la luz lo ha recordado;
ahora será inmortal al igual que un sol,
al igual que un cementerio,
al igual que un encuentro de cuatro.