Al caer tu vejez —esa que ha de caer—,
a la luz del quinqué, como rosa marchita,
recordarás un himno donde fuiste Afrodita,
donde tuyo fue el fruto… y fue tuyo el poder.
Cosiendo y descosiendo, tal vez viendo sin ver,
¡te veré desde aquí, con el alma maldita!
Y cantarás la rima que en mi alma está escrita,
porque tiene un mal hombre siempre buena mujer.
Y encorvada y exhausta, con la vida a los pies,
irás a por el pan durante el frío invierno…
Tal vez llores, echada bajo el manto de un ciprés.
Pero yo estoy contigo. Aún tu amante eterno,
y aunque sea un espectro o esa sombra que ves…
te cantaré feliz, aunque arda en el infierno.