Un cementerio de dioses

En mis sueños, un cementerio de dioses se alzaba,
la luna, desgarrada en jirones, y la luz que se desvanecía,
último resplandor de la noche, fluía hacia lejanas orillas.
Un halcón con su pico entrelazado luchaba sin tregua
contra un antiguo dragón, colinas sin forma
reposaban en el lecho inerte de Himeneo.

En mis sueños, un cementerio de dioses emergía,
cruces, pentáculos, pentagramas, pezones de loba,
reposo y sal del Templo destrozado,
aire fragante y marino acariciando los sentidos.
Caminaba sola, rostros espectrales se acercaban,
suplicaban oraciones, anhelando pan y vino,
los espíritus se estiraban hacia mí en demanda.

Crujía la hierba polvorienta bajo mis pasos,
y el mundo lloraba, impregnado de mirra,
los ídolos muertos admiraban mi resiliencia,
susurraban palabras olvidadas en susurros.
Pronunciaba nombres, rozaba alas y curvas,
la Luna se mostraba maliciosa, recordando su ocaso,
y el silencio se acercaba sigiloso, envolvente.

El halcón arrancaba mis ojos con fiereza desmedida,
las cuencas llenas de cenizas, ventanas al vacío,
una antigua tormenta, prisionera de la diestra de Zeus,
aves atadas batían sus alas en inútil desespero.
Caminaba ciega sobre la arena, absorbida por las aguas,
la serpiente, traga veneno, se acurruca tiernamente,
sus escamas acarician mis mejillas, mi sien, serenas.

Desperté entre sábanas, bañada en sudor y fuego,
bajo los clamores nocturnos, los ecos del abismo,
pero solo se reflejaba con perversidad el miedo,
en los múltiples espejos, en mis labios quedaba la sangre.

Cuarta hora. Cuarto día, viviendo en insomnio,
y la noche se avecina inexorable…
Oh, Señor, te ruego, no permitas, no hoy…
El brillo resplandeciente de la luna ya roza mis labios,
y el antiguo reloj prosigue su inexorable marcha…
Padre, ¿por qué nos abandonaste a nuestra suerte?

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