Tras las lluvias, nubes negras se acuerdan de la tarde que resurgió de entre los charcos. El cielo, aún cubierto por el manto de agua que cayó momentos atrás, se va aclarando lentamente y deja ver los últimos destellos antes de esconderse por completo. Esas nubes, como pinceladas de obsidiana, destacan sus sombras en el centro de la ciudad, lanzando su oscuridad sobre el bullicio de las calles. Mientras tanto, las laderas de las montañas permanecen estrechamente ligadas al día que se apaga, aún iluminadas por los últimos rayos dorados que se desvanecen en el horizonte.
Las gentes caminan en dirección al ocaso de la tarde, como si sintieran que allí encontrarían algo que se les escapa durante el resto del día. Sienten el fuego que el viento aviva en sus almas, una chispa de libertad que incita a galopar como caballos desbocados. Se ven arrastrados por el ansia de descubrir lo que el crepúsculo les depara.
Decide entonces la tristeza de la tarde hacer su entrada, con su luz suave y melancólica. Se despliega con delicadeza sobre las calles y las casas, arreglando el sentir de las cosas. Pareciera que el mundo toma un respiro, que se rinde ante la quietud que invade la atmósfera. Y en este escenario de calma, la tarde brilla en el jardín, dotándolo de sus colores más intensos y profundos. Las flores se abren en un despliegue de pétalos ansiosos por ser contemplados, mientras el aroma embriaga el aire y se funde con el murmullo de las hojas danzantes en el viento.
En la fuente, punto de encuentro en la plaza, las palomas empapan su plumaje en las aguas cristalinas. Se refugian allí, buscando tregua y paz, observando con sus ojos perlados en el horizonte cómo el sol expira en los brazos de la tarde. El reflejo del astro agonizante se funde con el agua de la fuente, creando un juego de luces y sombras que parece susurrar secretos al viento.
En ese momento mágico, en medio del dilema entre la luz y la oscuridad, los seres humanos se sienten parte de algo más grande. Se dejan llevar por la esencia encantadora de esa tarde, como mariposas atraídas por la belleza de una flor. El tiempo se detiene y todos se sumergen en esa poesía que la vida les regala sin pedir nada a cambio.
Tras las lluvias nubes
negras se acuerdan de la tarde
destacando sus sombras
en el centro de la ciudad,
mientras que las laderas
de las montañas
están aún estrechamente
ligadas al día que se apaga
Las gentes caminan
en dirección al
ocaso de la tarde,
fuego que el viento aviva
Incitando a galopar
como caballo desbocado.
Decide la tristeza de la tarde,
luz que arregla
el sentir de las cosas;
diría, brilla en el jardín
que nos da sus sabores y
se equilibra en el
aire de las hojas.
En la fuente de colores
de la plaza las
palomas empapan su plumaje y
observan en el horizonte
como el sol expira en
los brazos de la tarde.