Tierra de conejos y de toros.
Tu frontera bordea dos mares y un océano,
y encalla al cielo sobre cumbres pirenaicas.
Tierra de encinar paciente acunado en la dehesa,
de robledal umbrío,
de la cala afilada por el mar bravío
en el acantilado que se humilla.
Tierra de hombres y jaurías.
Disputado vergel y encrucijada.
Tierra que fue imperio y acabó
ahogada en su oro.
En una Alameda
los chopos anuncian primavera
en la brisa de la tarde que canta en ellos,
cuando la piel de la noche se acurruca
en el último sol que abrasa las nubes.
Tierra mía.