En el umbral del abismo, en silencio eterno,
el tiempo se desvanece, se despliega el misterio.
La fugacidad implacable, impávida, imperecedera,
dibuja su círculo en cada vida, pasajera.
La mortalidad del ser humano, en su pecho habita,
como sombra inclemente, cual esencia infinita.
Nos arrastra el reloj de arenas inexorables,
y en su voraz danza, los sueños son inmarcesibles.
Los días son cometas que escapan de nuestras manos,
susurros efímeros, reflejos en los vanos.
Las horas se desvanecen, cual hojas en el viento,
y en la penumbra insomne, palpita el sufrimiento.
¿Qué somos sino efímeras gotas en el océano,
esperanzas suspendidas en un vuelo sobrehumano?
El tiempo nos devora, implacable y voraz,
y en su insaciable festín, sucumbimos sin paz.
Mas en la fugacidad y en la mortalidad hallamos,
el anhelo de trascender, de eternidad soñamos.
En cada instante efímero se esconde un destello,
la esperanza de ser más que un simple mortal sin sello.
En los suspiros del tiempo, en su danza despiadada,
descubrimos la esencia de nuestra alma agotada.
Pero en el poema etéreo, en la palabra creadora,
encontramos el consuelo, la eternidad traidora.
Así, en el vértigo del tiempo y la fugacidad del ser,
tejo mis versos como hilos que anhelan no perecer.
Y en cada estrofa escrita, una eternidad se forja,
donde el alma del poeta por siempre se despliega y abraza.
