Temo la noche,
la que me visita con ausencias desteñidas de insomnios,
la que voraz destruye la febril voluntad de deslizar la esperanza sobre el tiempo futuro,
la que me seduce, me susurra en voz baja,
me toma de la mano y se derrama con la fuerza innata de su destino,
la que destruye los muros consensuados de mi propia conciencia,
me abraza,
abre mi pecho y observa las verdades escondidas,
lame con irascible ansiedad las lágrimas de los yos que no conozco,
se ríe y quiere bailar bajo la tenue oscuridad que la cubre
hasta que cansada se rinde a mi lado,
apoya su cabeza en mis sueños y me los roba.
Temo a la noche que no es mía,
que es ajena a mis propósitos y ladrona de mis silencios,
la que escribe con tinta de olvido los nombres que aún quiero recordar,
la que recorre mi alma palpitante sin descanso,
acariciándome el miedo para que no me abandone,
dejándome hastía de falsas verdades y promesas incumplidas,
la que destrona las potestades que he construido dentro de mis propios reinos
y se burla,
me somete a la dictadura de la resignada futilidad del tiempo.
Temo la noche en la que no pueda pensarte,
que no sueñe con el día venidero,
con el futuro teñido de azul mar bajo el ocre de un atardecer imposible.
Temo esa noche.