El rey filósofo iba, como van
en procesión los César y Escipiones,
relamiendo el solaz en sus canciones:
«¡y cruzó el Rubicón, cruzó el Jordán!»
Como el persa traidor fue capitán,
cruzó el Meandro y degolló los dones
de la tierra, las chozas y mansiones;
y es galán y es gentil… de buen román.
La frente coronaba el ademán
dorado, de oro henchido y de fogones,
y los carros de plata y bendiciones,
con el pueblo rendido a su sultán.
De diez torres su alcázar sin herir,
con cien sirvientes rectos, mil esposas,
y ciento mil almenas con guardián.
«Eres dios» aclamaban… «Mal visir
es el pueblo… ¡son pocas tantas cosas…!»
Le susurra un esclavo sin afán.
«Eres tan solo un hombre. Has de morir…
Y más que de Heliogábalo las rosas,
puede valer un solo tulipán».
