Todo el romanticismo
se esfumó por el caño.
Ha perdido el coraje
de mostrarse falible.
Y es toda una coraza
su cinismo latente,
su nihilismo arrogante,
su marcha indiferente.
Hace años que deambula
vomitando sus traumas.
Que ahora son sus verdades,
un montón de prejuicios.
Que supuran a chorros
de vanidad exultante,
blasfemias hilarantes,
al borde del desquicio.
Siempre quiso escapar
del desfile lunático,
que corre enceguecido
en busca de un futuro.
Los miles de relojes
que apresuran el paso,
en las veredas grises
del mapa del destino.
En medio de la tarde
la ciudad lo derrota.
Encerrado en su jaula
se muere lentamente.
Sin que a nadie perturbe
su palidez cromática,
su dolor al costado,
su suplicio latente.
Otras veces velaba
las sombras que despiertan,
cuando la suave brisa
se inundaba de trinos.
Cuando el ocaso era
una nube de poetas,
y el amor era canto,
y el verso era camino.
Hoy ya nada lo alegra
desde que ella se ha ido,
volando irremediable,
a la hondura mas honda,
donde nada regresa
los abrazos perdidos.
Y los mares de tinta
se secaron de golpe.
Y una densa tormenta
se llevó lo vivido.
Cansino y solitario.
En un cuarto cercado
de humedad y de olvido,
se apaga lentamente
gota a gota su tiempo.
Y en la noche se escucha
un rumor de tormenta.
Un eco del pasado.
Un último latido.