Sueños truncos

(I)
No faltaba nada, todo lo preparamos con suficiente tiempo y meticulosidad. Colocamos en el bote los avíos asegurándolos de modo impecable. Los pronósticos de meteorología no podían ser más favorables. El único inconveniente a última hora fue José.
––Manuel, el bote es pequeño y estrecho. No creo que debas arriesgarte. Piensa lo que quieras de mí, pero no voy. ––me dijo.
––No jodas, coño… Debes estar bromeando.
––En lo absoluto.
––Bien, lo haré solo. Voy en busca de nuevos horizontes.
La madrugada era oscura. Subí a la embarcación. José me alcanzó los remos, me senté en el banco y los coloqué adecuadamente. El empujó el bote unos metros; las primeras paladas las hice con lentitud y me fui alejando de la orilla hasta perderlo de vista. Me sentía seguro, optimista… La brújula indicaba mi dirección, el norte. El apacible rumor de las olas comenzó a adormecerme. Me sumía en meditaciones que aumentaban el peso de mi soledad. Para contrarrestar esos sentimientos opté por hablar conmigo mismo, cantar y silbar; mecanismo que surtió efecto. El alba cedió espacio a los primeros rayos de sol, esos que por los cuatro costados solo me mostraron el mar y me hicieron sentir como un punto en el centro de la inmensidad. Las horas navegadas me parecieron siglos, lo que me hizo pensar que debía prepararme psíquicamente para enfrentar las adversidades futuras. Comencé a sentir miedo.
(II)
El sol, inclemente se proyecta perpendicular sobre mi cabeza, por lo que intuyo que sean las doce. Mi reloj no funciona. Las brisas atenúan los efectos del calor sobre mi piel, pero su incremento presagia malos augurios, porque a lo lejos, veo el oscurecimiento de nubes que se mueven presurosas. Las olas, hasta ahora tranquilas se tornan molestas y balancean el bote. Un fuerte relámpago junto a un trueno ensordecedor me da escalofríos. Se disipa el sol. Comienza a caer un abundante aguacero, de tal magnitud que se hace agua la embarcación y con una lata empiezo a sacarla. Para colmo, varios tiburones, salen a la superficie, acompañados de un pez piloto y se acercan con aparente calma. < ¿Qué será de mi?>, me digo. Me duele la cabeza, siento mareos, vomito y observo la velocidad con que el pez devora todo lo que contenía mi estómago, antes de que se diluyera. No escampa, aunque cesan los estruendos atmosféricos. El viento bate con mayor fuerza y aumenta la altura de las olas que mueven el bote a su antojo. Lo que para mí es un tormento, para los tiburones es fiesta, se ven más animados. Uno de ellos casi nos vuelca en una embestida. < ¡Éste es el fin!>, pienso…Otros lo imitan y me siento lanzado al aire. ¡Al aire!.. Levanto mis brazos y me agarro fuertemente a la cuerda que me izará al avión.

(III)
Les contaré todo detalladamente. Se asombrarán y quizá me hagan mil preguntas que les contestaré con orgullo. A mi camarada, el piloto, le pediré sustituirlo en la conducción de la aeronave y consentirá gustoso. La guiaré a baja altura haciendo el mismo recorrido por aire que el hecho por mí en la pequeña embarcación. Y al llegar al lugar del rescate planearé y todos podremos ver cómo el pez piloto se introducirá en la boca del tiburón para extraerle y alimentarse de los restos de comida que le queden en los dientes. El bote no lo veremos, porque estará en las profundidades del océano donde yacen también muchos sueños.
Pedro M. Calzada Ajete
2014-10-17
4.10 Pm

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Me quedo sin palabras… :heart:

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Y tu comentario me deja mudo…, jajaja
Gracias, amiga Tali.
Abrazo

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Sueños que despiertan con tu prosa. Interesante y bello relato. Un abrazo.

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Gracias, Raffa, un placer tu visita y comentario.
Abrazo

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