Y si cansado el poeta de asombros,
de sinapsis mentales y oxímoros
descansa con un sueño cotidiano,
sencillo, de llevar en la mochila,
de declaraciones de hacienda
o calculadoras solares.
Eso que ha contado para dormir
¿son sílabas u ovejitas?
Un sueño de rutina, pautado
de vez en la carnicería,
de calendario de menú semanal,
de pedir cita en el dentista,
de cruzar un paso de cebra,
de reiniciar el rúter,
de echar gasolina con descuento.
Un sueño claro, sin interpretaciones,
en el que el ruido del motor de un coche
no sea más
que el ruido del motor de un coche
y morder una manzana sacie el hambre
durante un rato,
para engañar al estómago
y al subconsciente.
Un sueño placentero, que no moleste
de lugares comunes,
en el que el poeta pueda deleitarse
con el olor a tierra mojada,
con una mujer bella como una rosa,
con una luna de plata,
un marco incomparable,
o un temporal desencadenado.
Un sueño de encefalograma plano,
sin cuadernos, ni lápices, ni metáforas,
ni un calambur, símil, aliteraciones.
Un sueño reparador, de color verde,
como todos los sueños reparadores.
Un sueño de cocina de aprovechamiento
que le dé al poeta la oportunidad
de recurrir a sus habilidades cuando
– mientras bosteza por la mañana -
su pareja le pregunte:
¿Qué has soñado hoy?