No hay a quien culpar
de sentir lo que siento,
de anhelar lo que quiero,
de negar mi verdad.
De las tantas ilusiones
que elegí con placer amar,
de las veces que el corazón se rompe,
de las veces que elegí sanar.
Entiendo que me asomé
muchas veces al vacío,
que al menos intenté,
luche por lo que he querido.
Que hay caminos desgastantes
cuando la meta son los sueños,
que hay heridas inevitables
que aceptamos con el corazón abierto.
Sé de noches que no duermo
en las que sueño sin parar,
sobre amores que no tengo
y que nunca me amaran.
No hay a quien culpar
del sentir a flor de piel;
cuando juegas a soñar…
hasta en la amargura está la miel.