Eres
la respuesta del aire,
al menos, cuando mece su propia muralla de ensueño.
Y eres, de pronto,
un pedazo de silencio, pero con retazos de algarabías,
y miradas que se pueblan
de tiempo.
Sin
importar
que llueva sobre el vidrio humedecido.
Entonces, alargas la mano como si intentases coger
cada gota del estío, y al ritmo
de los dedos.
Sintetizando, tal vez, el principio de un amor cual manejable
se entremezcla con las aristas
del universo.