La mala hierba crece en la Siberia íntima,
habito en la raíz cuadrada del desarraigo,
en la cadencia de mi planeta imaginario
disuelvo los versos, astillo las estrellas
hasta que emerge el guardián del verbo:
ese que acuna a la luz hermosa,
ampara al sol naciente
del lascivo deseo
de las tinieblas.
Se desliza la culebra de la evocación
por las pantanosas tierras negras,
rebusca el venero de la herida,
el que amamanta al duende,
la cicatriz de alguna añeja pasión
extinguida.
En puro encantamiento
pare la nube en condensación,
la sublimación del etéreo sueño
en carne viva,
vuela el hechizo en la retina del viento…
el febril unicornio se desmembra,
desalmado al barro regresa:
las estaciones del corazón
que no cesan.