Si vivimos
como si fuera un bosque
cuya extensión
desconocemos…
Caminando
tenemos que decir adiós
a lo que no sucedió,
aunque el deseo de que
anotase el calendario
fue lo que hizo florecer
las márgenes de
la pequeña vereda:
la luz sonrió adolescente.
El anhelo sangró,
el sueño dio fijeza
a la mano, pero
el lienzo apenas esbozado
se rajó de parte a parte,
y sólo la tormenta nocturna
se refleja en tus ojos,
mientras abandonamos al roble
y al haya para ir al hacha,
cada vez más hierro
y madera escasa en la memoria.
Los pájaros llegan
contando nubes altas sobre
las sequoyas. Incluso,
traen epístolas sonoras
del agua salada.
Si cortas la encina
y quemas su sombra
no habrá vida suficiente
para que el sosiego
vuelva a esa plaza
que compartimos
tan brevemente.
Una pérdida incandescente
pero observas
una galerna muda tanto ha,
su luz difunta.
¿Y quién quiere aceptar
la hoja roja del almanaque?
Este claro ya lo hemos pisado,
salgamos a la humedad
donde los faros llegan,
donde retoñan las gaviotas
y las olas en eterna rima,
ya veo que el equipaje
está empacado
y es un puente
a otro bosque,
otra isla.
Sin embargo…